"Destrucción de un mundo, superación de una moral en favor de una poderosa vida interior reprimida, liberación definitiva de una herencia, una educación y un pasado." 

De esta forma el autor de "Démian" nos coloca en el centro de la cuestión, el eje de lo que inquieta al personaje y con lo que se ve enfrentado en su dificultad constante, en su malestar presente. El desdoblamiento de su mundo interior, la dualidad de sus mundos, le plantea una dificultad de la cual no encuentra salida. 

 

"El pájaro rompe el cascarón. El huevo es el mundo.

El que quiere nacer tiene que romper un mundo"

 

 

¿De qué mundo se trata? ¿Cuáles son nuestros mundos?

 

Tal es la realidad de nuestro personaje. Su realidad, diferente de la objetiva.

Destacamos la realidad psíquica por sobre la realidad material, en tanto lo que para el sujeto adquiere valor de realidad constituyendo el entramado desde el cual actúa, construye su mundo y lo habita.

 

 

¿Cuál es nuestro cascarón?  ¿Contra qué mundo se revela esta frase inquietante?

 

Contra las comodidades de la rutina diaria, la seguridad de lo familiar, la tranquilidad de la repetición. Contra el mundo del orden establecido, la moral particular de una época, el deber-ser, los mandatos, las condiciones sociales que sostienen instituciones alienantes fomentando la repetición de lo instituído y destituyendo cualquier movimiento deseante.

 

 

¿Qué significa destruir un mundo?

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El sujeto humano se halla apresado en esa realidad fantasmática que lo mantiene rehén de sí-mismo. Esclavo de ideales inalcanzables, ilusiones fatídicas, oprimidido por reproches y auto-reproches que lo gobiernan cohartando su voluntad, su ánimo y su esperanza, convergen en la emergencia de una realidad abrumadora que lo gasta y lo desgasta. 

Des-esperado, des-esperanzado, busca regufio en soluciones mágicas, ilusas, que lo encadenan a otro tormento.

 

El tratamiento de aquella realidad, la subjetiva, permite desplegar lo que hasta entonces se mantenía comprimido, encapsulado, cerrado herméticamente a cualquier intevención que lo cuestione.

Esa es la característica de la gente normal. No hacemos preguntas, nos lo enseñaron. Aprendimos a silenciar el cuestionamiento subversivo de lo que no funciona, de lo que no fluye y de lo que no anda.

 

Vivimos inmersos en una telaraña infinita de engaños, muchas veces auto-engaños, de la que sin embargo nos podemos liberar.

Liberación que implica un trabajo. Trabajo de elaboración, construcción y de-construcción de esta realidad. Trabajo de destitución, y de nueva apropiación.

Trabajo personal, pero nunca sin un Otro. 

El psicoanálisis no ofrece soluciones mágicas. Contra todo lo que se cree y se descree, intenta provocar una apertura singular, una fisura en este universo simbólico establecido. Fisura que instaure la posibilidad de creación de un proceso instituyente, capaz de un cambio a nivel personal.

 

El psicoanálisis no intenta cambiar los hechos del pasado, sino su relación con los mismos. 

El psicoanálisis no dirige la voluntad del paciente, no ofrece ninguna receta con los pasos para ser feliz, ni aconseja cual debería ser el mejor comportamiento del individuo en las distintas situaciones de su vida. Sino que lo incluye en un dispositivo capaz de fracturar la serie de respuestas ilusorias y anticipadas que se da el sujeto y que lo mantienen capturado en una relación fantasmática y sufriente con su deseo.

Es un dispositivo en el cual se prioriza y se trabaja desde y con la palabra del paciente.

El psicoanálisis propone una posibilidad de un ordenamiento nuevo, instituyente, donde opere un cambio de posición subjetiva y de la relación del sujeto con el deseo.